La Brecha

En todo trabajo creativo, tarde o temprano, aparece un momento que supone un punto de inflexión para quien lo realiza. Se produce de manera inconsciente, resulta imperceptible a ojos de la gente, y el creador en cuestión es el único que es capaz de percibirlo.
Este momento, esta inflexión, existe llegado el tiempo en el que el autor domina de tal manera su actividad creativa que obra tras obra, trabajo tras trabajo, es capaz de solventar su tarea de forma satisfactoria con independencia de lo problemática que pueda resultar. Esto es lo que se conoce comúnmente como “Oficio”. Se dice que un autor tiene oficio cando maneja los distintos aspectos de su trabajo, cuando es una garantía de buen resultado, cuando la experiencia vivida le otorga una capacidad superior a la hora de llevar una obra a buen término.

Sin embargo, ese “buen hacer”, tan apreciado por los destinatarios finales de las obras, o mismo por quienes las encargan o producen, acaba por convertirse en una especie de prisión para el propio autor. Una prisión mecánica en la que independientemente del tipo de obra, temática, formato o destinatario final, el autor acaba por solucionarla del mismo modo eficiente y previsible, hasta el punto de ser consciente antes de comenzar de cual va a ser el resultado final.

De algún modo totalmente fortuito su propia experiencia y su propio “buen hacer” acaban por convertirse en su peor enemigo. El “oficio” se volvió “vicio” y lo que en otro momento fue una actividad esencialmente creativa termina por convertirse en un hecho rutinario, mecánico y sobre todo, insatisfactorio. Paradójicamente es muy común que mientras el creador se cierra en la prisión del oficio, su valía como profesional aumenta. Lo que para el creador es tedio y frustración es visto por las empresas que lo contratan como síntoma de profesionalidad y como garantía de trabajo bien hecho. Este contrasentido conduce al creador a una complicada disyuntiva:

Dejarse llevar por lo que de él se demanda, pese a que eso significa hacer una y otra vez el mismo trabajo del mismo modo. Intentar romper con las costumbres y vicios de su propio trabajo y buscar nuevas fórmulas desconocidas para él, con el riesgo que supone el rechazo de quienes demandaban ese “buen hacer”. En esta disyuntiva me encontraba en el momento en el que nació el proyecto “La Brecha”.

El proyecto

La brecha, nace como un simple ejercicio de experimentación gráfica, durante el tiempo en que trabajé para la industria gráfica fui acumulando materiales de desecho, elementos que esta actividad usa, gasta y destruye; para mi forma de verlo conservaban interés…

películas para fotocromía
diapositivas
negativos fotográficos
filminas
acetatos
líquidos
emulsiones…

en todos esos residuos veía elementos que podían ser puestos en valor. A la vez, todos ellos tenían en común su traslucidez en distintos niveles de opacidad, entonces surgió la idea de la proyección

Improvisé un taller en el que durante meses trabajé en el reducido soporte que delimita un chasis de diapositiva sin saber como se verían estas composiciones una vez ampliadas por la proyección.

Comencé luego a tomar estos materiales y a ensayar con ellos diversas composiciones: mas despojadas o abigarradas, mas geométricas u orgánicas, me hice mas dúctil en el uso de la herramienta en el pequeño formato…

Pero seguía preguntándome que encontraría escondido dentro de esas miniaturas. Entonces busqué nuevos materiales y comencé a intervenirlos desde distintos procedimientos:

fundí los plásticos
desgarré las películas
expuse radiografías a fluídos corrosivos
quemé, pegué, golpeé…

cada nueva acción generaba toda una metodología de trabajo y también una tipología.

De a poco el trabajo se volvió metódico y comenzó a respetar reglas de procedimiento al estilo de como se comporta el científico, un técnico.

El trabajo intencionado, programático -orientado a un fin estético preclaro-, dejó lugar a busquedas por cierto automatismo que restara previsibilidad al procedimiento. Se intentó todo lo que se pudo permitir “que el material y la herramienta decidieran”.

Comenzaban a asomar las evidencias de la bi-dimensionalidad de esta experiencia.

La proyección confirmó mis sospechas, los colores brotaban de la pared, las composiciones tenían gran potencia, sus vectores chocaban, se amortiguaban y se superponían logrando poderosos efectos visuales…

Pero lo realmente sorprendente fue una serie de elementos impreceptibles a tamaño real que emergieron en la proyección y se hicieron mas importantes incluso que aquellos que fueron pensados para ser protagonistas.

Apareció toda una batería de anomalías:

la gestualidad de los cortes practicados enel plástico
la apariencia orgánica de las burbujas presentes en el pegamento
pelos y peluzas vibrando agitados por el cooler del proyector

en resumen, las huellas del trabajo de armado ampliadas, un micro-mundo que se devoró la composición.

Una vez vencida la ingenuidad del trabajo a ciegas -mediante la proyección-, el proyecto tomó conciencia que opera en dos niveles: actúa en la mini-composición intuyendo lo que causará en la proyección-.

La brecha juega con el carácter metódico y analítico de lo ingenieril o de lo científico, se sirve tanto de su apa rato teórico – técnico como de lo pintoresco de su tipología; se da forma como un artefacto de investigación aplicado a un objeto de trabajo absurdo; en este camino se auto-modela como obra.

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